Edad Contemporánea pelaya



LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA

Tras la Revolución Francesa y el comienzo de la Guerra de la Independencia Española el 2 de mayo de 1808, las tropas del general Joseph Léopold Sigisbert Hugo - padre del escritor Víctor Hugo, autor de obras como Cromwell o Hernani - no cesaban de intentar dar caza a la Junta de Guadalajara mientras las tropas de Juan Martín Díez "el Empezinado" intentaban darle jaque en los territorios lindantes con el río Tajo. Gracias a Inés Malo Celada, Cillerera del Monasterio de Buenafuente del Sistal podemos conocer cómo se vivió la guerra en las cercanías de Huertapelayo.

Según cuenta en su Folleto de la Francesada, las monjas de allí estaban saturadas a causa del acogimiento de gente que allí se retiraba huyendo a causa de la ocupación de los franceses. Llegaron aquí también su Prelado desde Almazán, ocho monjas de Santa Isabel de Medina, dos de Aranda del Duero, siéndoles Buenafuente una tierra de promisión, y las tropas que por allí trataban de defender los pueblos.

Tras la marcha entre mayo y junio de 1809 de los que habían llegado, en agosto llego el Abad de Valbuena que aseguraba que por poco no logra escapar de los enemigos. En noviembre regresó su Prelado al ser expulsados todos los religiosos de los monasterios y conventos. El 23 de diciembre de 1809 se reunió en Villar de Cobeta la Junta de Guadalajara, a menos de un cuarto de legua de Buenafuente.

En la noche del 19 de febrero de 1810 llegaron noticias de que los franceses habían llegado a Saelices con misión de quemar todo Villar. Las monjas salieron de allí a las doce de la noche, muy a su pesar de dejar en el monasterio a una hermana expirando acompañada por el Padre Confesor Fray Miguel Tejero y Bárbara, una anciana que sirvió a la comunidad buena parte de su vida.

Las religiosas pasaron la primera noche a una legua de su monasterio, en un chozón donde recogía las ovejas en la hoya de la Cueva, e iban acompañadas por el Padre Fray Felipe Candamo, el Padre Fray Vicente Arquero -Abad de Valbuena y Huerta- y el Prelado. Fue este último el que en mitad de la noche escuchó tiroteos entre los soldados españoles y los franceses y decidió ir hacia orillas del Tajo, pues lo primero que tomaban eran los altos. Al llegar allí, aparecieron soldados españoles que se retiraban anunciando que habían entrado en el Villar habiendo quemado unas cuantas casas, entre ellas estaba la que había acogido la reunión de la Junta de Guadalajara, y ahora las tropas francesas se dirigían a Zaorejas. La comunidad regresó a la hoya de la Cueva y allí murió una de ellas enferma con mucha fiebre. Al día siguiente a las cinco de la mañana llegó la noticia de que Zaorejas ardía, hecho que sirvió para conocer que las tropas francesas ya habían pasado de largo, así que tomaron en procesión a la imagen de Nuestra Señora de la Morenita y regresaron a Buenafuente. 

Una vez de regreso se aumentó la seguridad para estas monjas y la Junta de Guadalajara llevó allí algunos efectos suyos, los cuales se decidieron sacar de allí el 12 de agosto de 1810 debido a la presencia de los franceses en Canales, pero que a aquella hora de recibir el anuncio ya se encontrarían en Huertahernando, a una legua de Buenafuente, por lo que abandonaron el monasterio inmediatamente en dirección a la ermita de Nuestra Señora de los Santos hasta el día 14, que se notificó que los franceses habían regresado a Cifuentes con hechos favorables para España, por lo que el día 15 regresaron. 

El 1 de enero de 1811 las religiosas se quedaron sin refugio, pues la Junta de Guadalajara decidió usar la ermita de Nuestra Señora de los Santos como polvorín, así que el Prelado salió en busca de un nuevo escondrijo y lo halló en una cueva debajo de un gran peñasco cerca del Tajo llamado el Picayo, en las cercanías de Huertapelayo, cubriéndola y apañándola como se pudo para la comodidad de las monjas. El 21 de enero de 1811 se enteraron de que los franceses se aproximaban para quemar Huertahernando e iban en dirección a Buenafuente, por lo que la comunidad volvió a salir del monasterio. El día 24 se recibió la nueva de que los enemigos habían perdido a causa de la nieve, por lo que se decidió regresar. 

No pasaron dos días cuando llegó la información de que los franceses de Aragón habían alcanzado Cobeta con la intención de quemar Huertahernando al estar allí la Junta de Guadalajara. De nuevo las monjas salieron a la cueva y al estar alcanzándola vieron una columna de humo al estar ardiendo las armerías de Cobeta. Se refugiaron por poco tiempo, pues llegó el anunció de que los franceses habían decidido volver a Molina de Aragón. 

Fue el día 11 de febrero cuando la comunidad se alborotó al conocer que los franceses venían por dos o tres flancos. Tomaron a su imagen de Nuestra Señora de la Morenita y fueron a pasar siete días a la covacha a través de la nieve, pues los franceses no terminaban de retirarse al estar robando por donde fuera todo lo que podían. 

El día 8 de marzo de 1811 regresaron los franceses a Cobeta. Esta vez la comunidad tuvo que partir dejando atrás a la hermana de 88 años, pues si se demoraban en su ayuda todas ellas perecerían. Esta vez las monjas estuvieron diecisiete días en la cueva cercana a Huertapelayo al llegar soldados españoles a hacerles frente, pero tuvieron que retirarse y las tropas francesas comenzaron a quemar Huertahernando. 

Lloviendo el día 18 de marzo de 1811 llegaron a las cuatro de la tarde 3.000 galos de Infantería y 500 caballos, por lo que se refugiaron en el monasterio de Buenafuente mientras las monjas seguían afligidas debajo del Picayo aguardando el momento en el que los franceses las sorprendieran. Al anochecer se decidió ir al castillo, pero al llegar al arroyo que baja desde la ermita de Nuestra Señora de los Santos, éste bajaba tan crecido que Fray Miguel Tejero y las más jóvenes pudieron cruzarlo, pero los abades y las más ancianas se quedaron en la otra orilla, entre ellas doña Inés Malo. Decidieron quedarse al borde de ese arroyo a pesar de que las lumbres de los franceses podían delatarlos y la única agua que podían beber era la que caía del cielo o la que se acumulaba en los charcos. Al amanecer sería fácil que los galos lograsen ver al grupo de religiosos y la ermita donde estaba la pólvora, pero al llegar el alba una inesperada niebla cubrió a la comunidad y al pequeño edificio religioso, lo que les permitió poder salvar el arroyo y avanzar hacia el castillo donde esperaban encontrarse con el Padre Confesor y sus otras hermanas que ya habían cruzado, pero no fue así, pues pensado que iban en dirección al castillo, se fueron directas al Tajo creyendo que el agua era un arenal donde poder sentarse para descansar. Una criada arrojó una piedra pensando que podía ser el río, y así fue, y al ser ya tan tarde, el Padre Tejero dio la orden de permanecer allí hasta el amanecer. Cuando se reunieron todos, al fin llegaron al castillo y el sol enjugó sus rostros. Allí aguantaron hasta el día 20 y después regresaron a la cueva de Pelayo a esperar noticias de poder volver a Buenafuente, pero les dijeron que no podían volver al monasterio hasta después de quince días debido al estado en el que había quedado.

El 21 de marzo de 1811 después de oír misa en la covacha partieron de nuevo hacia su hogar, quedándose las monjas estupefactas al comprobar que los daños ascendían a unos 100.000 reales. Allí encontraron animosa a la hermana de 88 años que tuvieron que dejar atrás, así que lo celebraron con júbilo. Al atardecer regresaron a la cueva debido al estado poco habitable del monasterio y a que todo el paraje estaba cubierto por soldados, haciendo esta labor durante dos días seguidos más. El día 24, con permiso de los franceses que allí guardaban sus caballos, pudieron entrar todas del monasterio para celebrar el día de Nuestra Señora.

Creyendo que habiendo quemado ya Huertahernando no volverían a pasar los franceses por allí, el día 2 de abril de 1811 volvieron a dar el aviso de que los galos venían de nuevo. Las monjas cansadas de tantas salidas le comunicaron al Prelado su intención de quedarse y éste determinó que cada cual hiciera lo que creyese conveniente. Así pues, salieron cinco hermanas, con las dos de Aranda que iban al cuidado del Abad de Valbuena y fueron a dormir a Pelayo. A las pocas horas se supo que los franceses regresaron a Molina y que había sido una irresponsabilidad haberse quedado, pues habiendo sido despoblado el territorio, los soldados enemigos podían hacer con ellas lo que quisieran. Los que se fueron a Pelayo regresaron el día 5 de abril de 1811 para celebrar la Semana Santa. 

El día 12 de abril de 1811 se dio la noticia de que los franceses estaban en Ablanque, siendo probable que fueran a Buenafuente para hacer noche allí. Salió la comunidad hacia Pelayo a las cuatro de la tarde, pero con inseguridad, pues ahora los enemigos salían a los montes a buscar a la gente. El trayecto fue complicado, una de las monjas no pudo caminar más y la Abadesa y el Padre Confesor se quedaron con ella. 

Más tarde el grupo entero se metió por error en un gran charco del cual se vieron con problemas para salir. Poco después los pelayos las avistaron y gritaron desde lo lejos que iban a ir a recogerlas para mayor alivio de las religiosas y allí las alojaron en camarotes donde las acomodaron sobre el trigo, mientras que los otros tres que quedaron atrás se refugiaron en el sitio de las Hocecillas debajo de una peña. 

Al día siguiente se informó de que los franceses se habían retirado a Molina, pero el Padre Tejero y la Abadesa mientras llegaban al monasterio vieron a las tropas enemigas asomar por la cuesta de Cobeta, los cuales entraron y estropearon todo lo que se había arreglado y gastaron todo lo que se había ahorrado para el sustento necesario. Pero lo peor fue que desde Villar enviaron una carta pidiéndoles dejar un tributo en Molina -120 sacos de harina y 200 carneros-. Al no tener tantos suministros las monjas pensaron en que se cobrarían la falta prendiendo fuego a Buenafuente, decidiendo enviar lo que tuviese cada cual a donde se lo guardasen y saliendo desde Pelayo al monasterio el segundo día de Pascua. Antes de salir se percataron de que les faltaban algunos efectos que les habían encargado a los pelayos que las recogieron. Ellos dijeron que se alborotó tanto el pueblo cuando vieron traer tantas cargas que tocaron Concejo para ver si se debían admitir. Al día siguiente algunas volvieron a Pelayo y otras se quedaron en la Hocecillas. Las monjas de Aranda que se encontraban en Pelayo les contaron que el pueblo había recibido de mala gana los enseres que se les había confiado, así que con la aprobación del Prelado las monjas pagaron a los pelayos el trabajo realizado y se volvieron con todas sus provisiones. Se llamó a declarar a los que las habían recogido y asumieron su culpa en los hechos, pero las monjas no dejaron de pagar al encontrarse en lugar ajeno, diciendo doña Inés Malo “Pero no más Pelayo, que no son lo mismo en su lugar que fuera de él”. 

Amenazadas por los franceses y despreciadas por los pelayos no vieron consuelo en ningún lugar, así que se decidió que cada cual fuese a hospedarse en la casa de algún familiar hasta agosto. Al día siguiente salieron de Pelayo seis monjas para intentar ajustar una cuenta de 500.790 reales. Se quedaron determinando sus acciones cuatro días en las Hocecillas, y gracias a la lluvia los franceses no salían de Molina. Cuando el grupo decidió marchar a tierras de Molina y de Aragón dos apostados les dijeron que los galos estaban en Cobeta, por lo que la Abadesa y el Padre Confesor regresaron a las Hocecillas y el Prelado con las monjas que todavía no se habían ido se fueron por el camino de Ablanque yendo cada una a casas de familiares por rutas alternativas. Cuando la Junta desocupó la ermita de Nuestra Señora de los Santos, el Padre Confesor, la Abadesa, el Abada de Valbuena y dos religiosas se quedaron allí, pues el monasterio había quedado derruido. El 23 de junio de 1811 decidieron cerrar y acomodar algunas estancias de la abadía, pues ya se habían cansado de la incomodidad que suponía habitar en una ermita, pero el 14 de julio llegaron los franceses y de nuevo destrozaron todo lo arreglado. 

Tras la disolución de la comunidad, los parientes aportaron varios favores para su monasterio y el retorno de las religiosas a éste. Entre ellos, el cura franciscano de Pelayo tras acogerlas en su casa las provisionó de pan hasta que recibiese la siguiente renta. 

Según cuenta doña Inés Malo, durante ese período la figura de Nuestra Señora de la Morenita se quedó en Pelayo. Apenas dejarla allí la actividad bélica en la zona se calmó tras matar a noventa y cuatro franceses en el puente Tagüenza, a entender de las religiosas como modo de querer favorecer a los pelayos y llenar de consuelo aquella casa donde fue alojada, pues los moradores de aquella casa se veían obligados a acogerla por algunas limosnas que le habían dado anterior a esa época de guerra. De este párrafo entendemos y se asegura la tradición oral de que el propio Empecinado estuvo en Huertapelayo. 

Religiosas que vivían en el monasterio de la Buenafuente del Sistal durante la Guerra de la Independencia española:

· D.ª Humbelina Mendoz – abadesa.
· D.ª Benita Vidal – murió en 1810.
· D.ª María Vicenta Sáenz – murió en 1811.
· D.ª María Clementa – murió en Alusante en 1811.
· D.ª Victoriana Martínez.
· D.ª Manuela Joaquina Fuentes.
· D.ª María Inés Malo – cillerera.
· D.ª Vicenta Rosis Malo.
· María Alberta Hermosilla.

· Águeda de Mendoza.
· D.ª Felipa Sierra.
· D.ª Teresa Javiera Sánchez.
· D.ª María Antonia Sanz.
· D.ª Atilana Melquizo.
· D.ª Micaela Taberner.
· D.ª Plácida Martín.
· D.ª Gertrudis Martínez.
· Bernarda Monreal – lega.


En el año 1826 las monjas comenzaron a restablecer poco a poco su nueva vida en común en el monasterio hasta que en el año 1836 se vieron sacudidas por la Desamortización de Juan Álvarez Mendizábal, que las hizo perder sus censos, fincas, vales reales, rentas, etcétera. Estos bienes pasaron a ser del Estado que a su vez los sacaron a subasta y fue aquí donde muchos pelayos compraron tierras para labrar y sacar resina, comprando casi la totalidad de las tierras y creándose así un barrio en torno al monasterio, pues también construyeron casas.


CRÓNICAS CONTEMPORÁNEAS


LA EMANCIPACIÓN DE LOS PELAYOS

En el año 1839 el pueblo de Huertapelayo solicita tener un párroco propio y así independizarse de la Parroquia de Armallones, pues en pocos años sucedieron muchos sacerdotes y apenas brindaban ayuda espiritual a los feligreses pelayos.

Carta del Ayuntamiento de Huertapelayo al Obispo pidiendo un sacerdote (enero 1839)

La justicia Ayuntamiento y vecindario de este Lugar de Huerta Pelayo: con el debido respeto hacen la siguiente representación a V.S. Illma.



Careciendo siempre en parte y algunas veces en todo del pasto espiritual, por carecer de un sacerdote, que con libertad haya de concederlo; motivo que los señores curas de Armallones han querido siempre los thenientes les sirva casi de valde apropiándose de todo y no de celar y cuidar de sus feligreses; dichos tenientes no han podido existir y así es que en 10 o 12 años poco más o menos ha habido cinco o seis y en este tiempo varias veces muy uno padeciendo notables daños.

Este pueblo se compone de 360 almas más que menos; su vecindario religioso en todo, sus diezmos les dan con toda religiosidad si lo corresponde es el párroco, se le concediere a este estamos seguros que no le faltaría un sujeto que no concediese el bien espiritual y corporal y mirase por si Iglesia la que está eternamente abandonada. 

Por tanto: 

A V S. Illma, Suplicamos digne tomar en consideración esta solicitud a fin de que en ningún tiempo tenga el cura de dicho Armallones intervención alguna con este pueblo, tratando como tratamos de separarnos del y tener un sujeto idóneo que merezca la confianza de V.S. Illma. Al que se le concederá lo que le corresponda en tercias derechos parroquiales etc, y en caso necesario este vecindario hará todo sacrificio para [...] Con asta aquí Dios guíe a V.S. Illma. Para el bien de este obispado. B.S. L.M. de V.S. Illma.. S.M. H.S. Huerta Pelayo y Enero de 1839. 

Firmará la Justicia del Ayuntamiento y Vecinos. Este es el primer paso nombrando un sujeto que se presente al pueblo para practicar las diligencias que se sigan y no me mencionará V. para nada esto lo hago por servir a V. y a todo el que trata en l asunto. 

T.M.S.P.G.


EL GENERAL ESPARTERO

Según recoge V. Mariño en la Revista de Obras Públicas en la sección de "Puentes sobre el Tajo" de la provincia de Guadalajara, en este mismo año de 1839, el general Baldomero Espartero cruzó el puente de Tagüenza con todo su ejército para llegar a la ciudad de Cuenca durante el final de la Primera Guerra Carlista. 


PELAYO COMO VILLA

En el año 1855 se le otorgó a Huertapelayo el título de villa, dignidad que se da a un núcleo de población por una serie de reconocimientos e importancia dentro de su entorno, además de permitir celebrar mercados y ferias. Hoy en día se usa el sello de la villa para los documentos oficiales.

El distintivo de "villa" es utilizado como escudo de Huertapelayo


LA GUERRA DE CUBA

A finales del siglo XIX entre los años 1868 y 1898 España tiene una serie de conflictos en el Caribe con la isla de Cuba entrando en la Guerra de los Diez Años (1868-1878), en la Guerra Chiquitita (1879-1880), la Guerra de la Independencia Cubana (1895-1898) y la Guerra hispano-estadounidense (1898). Es importante este acontecimiento porque varios habitantes de Huertapelayo se encontraban allí trabajando o reclutados y son fuente de un par de anécdotas.

Un pelayo llamado Hilario estaba de pastor en Cuba. Uno de sus compañeros de trabajo lo golpeó y se lo dijo a otro pelayo que estaba allí también, y por burlarse de su paisano le dijo al que le había golpeado de a ver si tenía agallas de golpearlo otra vez, y así hizo, y jocoso le dijo: “¡Vámonos Hilario, a ver si nos va a templar a los dos!”.

Norberto, otro de los pelayos estaba de asistente con un capitán, era un hombre alto y vigoroso. Un día el capitán pidió un voluntario para un menester, diciendo:

 Aquí bárbaros al frente.
A lo que contestó Norberto:
 ¿Salgo yo, mi Capitán? 
Y éste le respondió: 
 No, que tú eres bárbaro y medio.


LOS CINCO OLMOS

El final del siglo XIX estuvo plagado de historias que hoy quedan en el anecdotario de las personas más ancianas de Pelayo. Entre ellas fue importante la figura de Pedro Martínez, el alcalde en su momento, el cual decidió plantar cinco olmos por el pueblo en honor a su único hijo varón, Elías, pues anteriormente sólo había tenido prole femenina y este acontecimiento le colmó de ilusión. El dinero para ello corrió de su cuenta y fueron plantados en la plaza frente a la iglesia, en la plaza del Ayuntamiento, en la plaza de la Cebada, en la plaza del Tesillo y dos en el camino de los Toriles, en la parte superior oeste del pueblo. Lamentablemente estos olmos fueron eliminados, quedando tan sólo los de la plaza de la iglesia y del ayuntamiento, pero fueron talados en la década de 1990 al contraer grafiosis. Actualmente sólo queda un olmo, el cual se replantó en la plaza del ayuntamiento y preside la postal principal de Pelayo, adornado el año 1998 en su base por una fuente de tres bocas diseñada por Francisco Javier Estrada Lorenzo y construida por Máximo Portillo Herraiz y Simón Martínez Herraiz.


LA MUERTE DEL TÍO PABLO

Otro hecho que resultó conocido fue la muerte del tío Pablo. Este pelayo había estado enfermo y entonces falleció a la primera luz del alba, siendo posteriormente embalsamado, mas a las doce del mediodía despertó, pues se había encontrado inmerso en el estado de la catalepsia. Para que se repusiese le dieron café, pero horas después falleció, esta vez definitivamente. Es por esto que son conocidos estos versos:

El tío Pablo de Pelayo, murió al amanecer
y a las doce del mediodía le hicieron tomar café.



EL TÍO RATÓN

De otro hecho sacaron un par de versos, pues al tío Ratón, que por ese pseudónimo era conocido, no se le ocurrió otra cosa que prender un colchón de paja en una de sus eras, creyéndose la gente que el pueblo iba a arder por completo de un momento a otro. Es por esto que le dedicaron lo siguiente: 

A nadie se le ocurre lo que se le ocurre a un ratón: poner al pueblo en movimiento por quemar la paja de un jergón.


EL TÍO NAVO

Una de las historias más célebres es la del tío Navo. Cuenta que ya en los últimos años del siglo XIX había un hombre que era atormentado por un espíritu o duende, pues hacía que se tropezase y demás. Todos veían las travesuras de este ente, pero nadie veía nada que lo provocase. Un día, el tío Navo iba caminando por la Vega, cuando a su espalda escucha una voz masculina que le dice "No te gires", pero éste era tan tozudo que no hizo caso a la voz y cuando se volteó recibió una fuerte colleja que le tiró la gorra, pero no había nadie allí. 

Volvió espantado al pueblo y al llegar a su casa, frente a la lumbre se encontró sentado al espíritu de su difunto padre. El tío Nabo acudió al cura para que le diese alguna solución, y éste le dijo que como no le había hecho una misa funeral a su padre, pues siempre estaban reñidos, éste venía una y otra vez del más allá para atormentarlo. Se celebró en Pelayo dicho evento y los sucesos paranormales dejaron de ocurrir.

Cabe destacar que el tío Navo fue una persona real, pero su descendencia quedó mermada al fallecer su único nieto en la Guerra Civil.


LA PEDREGADA

La historia de la Pedregada es reconocida como milagro entre las gentes del pueblo. Un año en Pelayo hubo mucha sequía, así que los habitantes depositaron toda su fe para que lloviera en su santa, María Magdalena. La cargaron sobre los hombros en procesión extraordinaria para pedirle así la lluvia. 

Cuando la compañía llegó a la altura de la plaza del Tesillo, las nubes del cielo trajeron una fuerte granizada, de tal tamaño eran los hielos que los pelayos se tuvieron que refugiar dejando a la imagen de la Santa en medio de la precipitación, quedando incluso dañada.


LA MULA DEL TÍO HABANERO

Ya en los primeros años del siglo XX es conocida la historia de la mula del tío Juan el Habanero. Resulta que antiguamente el arroyo que parte el pueblo en dos tenía una gran afluencia de agua, pues llovía más, el clima era más húmedo y no había tanta vegetación en el curso del río que la absorbiese para nutrirse.

Un año, mientras el tío Juan el Habanero cruzaba el arroyo con su mula, la corriente de una riada se la llevó por delante, haciéndola caer por la casca del Chorrero, pero con la suerte de que debajo de ésta se había formado una balsa, por lo que la mula pudo salvar la vida.


PELAYOS POR EL MUNDO

Desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX los pelayos habían comenzado a emigrar por trabajo a donde España tenía sus últimas colonias o a países tales como Francia, Alemania y Estados Unidos. Muchos de ellos fueron de capataces a plantaciones de tomate a la Guinea Española, en África, actual Guinea Ecuatorial. Uno de ellos fue Ceferino Salmerón, alcalde que repuso la segunda campana de María Magdalena en el año 1923. Este pelayo trajo al pueblo una mona de aquel lugar, animal exótico en un pueblo tan aislado del mundo. Lamentablemente la mona no aguantó las temperaturas invernales y falleció. 

Julián Martínez fue uno de los que emigró a Estados Unidos al estado de Ohio para trabajar. En el año 1936 a su paso en barco por Cuba, pues estaba inmerso en su viaje de vuelta a España, descubrió que había estallado una guerra civil, por lo que decidió retroceder de nuevo a Estados Unidos y asentar allí sus raíces. Eso le pasó a otra mucha gente que había emigrado y se quedaron en los países donde encontraron la oportunidad de conseguir un trabajo.


LA GUERRA CIVIL

La historia de la Guerra Civil en este pueblo la he de contar de la boca de mi abuelo, Simón Martínez Herraiz, que a él junto a su hermano y a su padre les sorprendió el inicio en Rillo, por lo que se apresuraron a regresar a Pelayo para volver con su familia. En la orilla de Huertahernando se asentó el bando sublevado y en el de Huertapelayo el bando republicano. Los soldados republicanos entraron en la iglesia y sacaron algunos santos, entre ellos Santa María Magdalena y a San Isidro Labrador (traído por los salmeronenses siglos atrás), decapitándolos y quemándolos. Sólo se salvó el retablo barroco que preside la nave y un San Antonio que un pelayo pudo esconder que ahora se encuentra uno de los nichos de dicho retablo. Poco tiempo después el bando nacional dinamitó el puente de Tagüenza para que los republicanos no cruzasen el Tajo hasta Huertahernando.

Los republicanos asentaron trincheras en la Cabezuela, el Portillo y Cabeza Lapuente. Uno de ellos compró un cordero para tenerlo como mascota, un día cerca de donde había estado el puente de Tagüenza la oveja se escapó y el soldado fue en su busca, con tan mala suerte que sus compañeros republicanos pensaron que era alguien del bando nacional y acabaron con la vida de ambos. 

Otra trágica historia es la de que un soldado republicano se cambió al bando sublevado, y al enterarse de esto los soldados de la república que se asentaban en Pelayo, supusieron que su amigo había sabido de antemano este movimiento y por lo tanto se había filtrado información de los movimientos militares de la zona. Éste fue arrestado y retenido en una casa, donde se ahorcó suponiendo que la República lo ejecutaría. El cadáver fue enterrado fuera del cementerio de Huertapelayo porque no había nadie que costease su funeral. 

Los pelayos vivieron la guerra con bastante miedo, pues se encontraban todo el día en línea de tiro de ambos bandos. Mi abuelo Simón junto con su amigo Doroteo estaban merendando un día que tenían que cuidar sus ovejas y cabras, parando en una cuesta en la que no debían y los nacionales dispararon un obús a donde ellos se encontraban. Por suerte el proyectil alcanzó la parte superior de la cuesta y la metralla salió despedida por encima de ellos sin llegarlos a dañar. Cabe destacar que tiempo después los sublevados se llevaron unas 200 cabras de Pelayo, quedando nada más que una. 

Murieron seis o siete pelayos durante la Guerra Civil Española, en la batalla del Ebro que duró cuatro meses murieron algunos; en Arganda murieron dos y otro quedó con la pierna amputada; el nieto del tío Navo, Ángel, murió en Teruel sin dejar descendencia y siendo hijo único y dejando a su madre, Gregoria Embid, que ya estaba viuda, se quedó sola en el mundo, pues su otra hija falleció tiempo atrás. El hermano de mi abuelo, Joaquín, se encontraba en el frente de Madrid y le dispararon traspasándole un brazo, parte del pectoral y atravesando el otro brazo de un mismo proyectil. 

En el año 1939, casi al final de la guerra, llegaron al pueblo varios partidarios de la CNT (Confederación Nacional de Trabajo) y capturaron a los máximos representantes de la villa en el Ayuntamiento. Allí les dijeron que si no se afiliaban a su confederación no salvarían la vida, así que el alcalde Ceferino Salmerón y otros mandatarios firmaron, pues en el pueblo había ganado las elecciones el partido de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y además tributaba al Conde de Romanones, Álvaro Figueroa y Torres Mendieta.


LA TÍA GREGORIA "LA RICA"


Una de las historias más célebres conocida por todos los pelayos que sucedió durante la Guerra Civil es la historia de una mujer adinerada. La tía Gregoria "la Rica" estuvo casada en un primer momento con un señor de Armallones, tuvo hijos con él, pero todos murieron excepto el más pequeño que después fallecería alrededor de los treinta años. Cuentan que una noche unos forasteros llegaron a Pelayo y tocaron la puerta de su casa, dejándoles en custodia un maletín lleno de dinero y dicen que también de oro, porque había alguien que los perseguían y se lo quería robar. La tía Gregoria y su marido los aguardaron durante toda la noche y llegaron dos señores tocando a su puerta preguntando por un maletín que habían perdido. Ellos dijeron que no sabían nada, así que los visitantes se fueron. Fue entonces cuando el matrimonio se quedó en vela durante toda la noche con temor de que esos fueran los ladrones y entrasen en su casa y les robasen y agrediesen entre otros perjuicios. Nadie regresó a la casa, ni los dueños del maletín ni los que lo buscaban, así que se quedaron ellos el dinero. 

El marido murió y la tía Gregoria «la Rica» heredó las tierras de su esposo más las que tenía en Pelayo. Durante la Guerra Civil llegó a oídos del bando republicano que ella tenía guardada una gran fortuna, así que se presentaron en su casa y tiraron la puerta e incluso la zarandearon para que confesara dónde lo tenía. Ella había escondido su riqueza en varios de sus huertos, pero sólo los llevó a uno donde había un montón de cebada arrancado y allí se hallaba parte del tesoro custodiado durante tantos años. El resto del botín dicen que lo utilizó para comprar junto con la tía Teresa algunas de las tierras subastadas en Buenafuente. 

Cuando la tía Gregoria se quedó completamente sola abatida por la muerte de su marido y todos sus hijos, se casó con el tío Tiburcio Herraiz -el cual tuvo varias esposas durante toda su vida, pues también se había cebado la muerte con sus matrimonios-, y ése fue el último matrimonio de ambos.


EL FINAL DE LA GUERRA CIVIL


Tras la Guerra Civil, el alcalde Ceferino Salmerón se dedicó a la restauración de la iglesia, que había sido totalmente desvalijada, salvo las campanas y el gran retablo barroco. Lo primero que se colocó fue la imagen de San Antonio de Padua que había conseguido salvar un vecino del pueblo. Posteriormente llegaron otras como el Cristo de Medinaceli y el Cristo del Sepulcro. Hubo controversia con la reposición de la imagen de Santa María Magdalena, pues trajeron una que no se le parecía nada y resultó ser la Asunción de la Virgen, por lo que ésta pasó a ocupar la parte central del retablo. Posteriormente llegó una imagen de la discípula de Jesús más fiel a la anterior y que es la que se puede encontrar en la parroquia actualmente. También se colocó el embaldosado actual del suelo, cubriendo las piedras que cubrían antiguas tumbas. No se sabe a ciencia cierta quién se encargó de las donaciones de las figuras y cuadros, como el tríptico de La huída de José, María y Jesús a Egipto, pero se conserva una gran cruz colgando en una pared donada por los Padres Redentoristas fechada el 22 de noviembre de 1942.


LA II GUERRA MUNDIAL

En el año 1939 en Europa comenzó la II Guerra Mundial, expandiéndose el III Reich Alemán por todo el centro continental. En la zona del conflicto se hallaban dos pelayos, uno de ellos fue llevado al campo de concentración y asesinado en la cámara de gas, pero otro que se hallaba en la zona de Francia controlada por los nazis corrió otra suerte distinta. Telésforo Embid estaba sirviendo como mayordomo a un señor francés y recibió la carta de que debía ir a un campo de concentración. El día llegó y éste angustiado se lo contó a su señor. Él, por el apego que sentía a su sirviente pelayo, logró mover los suficientes hilos para que los nazis lo sacasen de sus listas.


LOS MAQUIS Y EL INCENDIO DEL HUNDIDO DE ARMALLONES

Tras la Guerra Civil el cañón del Alto Tajo fue un refugio para los maquis, un grupo guerrillero antifranquista. Una joven de dieciocho años de Pelayo llamada María de la Paz Martínez Herraiz iba caminando por las cercanías del cementerio y vio en el suelo una cruz de metal tumbada, no se sabe si de alguien de dentro o del soldado que había sido enterrado fuera de éste, por lo que ella, suponiendo que sería la primera opción, la cogió y la lanzó dentro. A los pocos días, ella se encontraba regresando al pueblo desde las Povedillas - a dos horas andando del pueblo - y vio que un ser de aspecto extraño salía de una cueva, a lo que ella pensó que era un espectro que salía en su busca. Llegó corriendo al pueblo pero entre el susto y la carrera murió y fue enterrada donde había caído la cruz que días antes hubo lanzado ella. Posteriormente se descubrió que podría haber sido un maqui de desaliñado aspecto que se escondía en el Hundido de Armallones. Éste fue arrestado y tanto Pelayo como Armallones decidieron quemar toda la vegetación del Hundido para hacer salir a todos los maquis que allí se encontraban escondidos para que dejasen de dar problemas a la gente de esas tierras.


EL ÉXODO 

Durante el período de posguerra llegó el éxodo rural de esta zona ocurrió entre 1930 y 1950 llegándose a quedar casi todos los pueblos de este lugar prácticamente desiertos.

Los motivos geográficos y geológicos de esta emigración hacia las grandes ciudades fue principalmente la comodidad de tener todo cercano, pues los municipios y sus pedanías estaban muy distantes unos de otros y sus caminos que funcionan como conexiones entre unos y otros son estrechos y angostos. Gran papel en este hecho lo tiene el suelo. Es muy complicado realizar una vida rural en estas zonas, pues a unos pocos metros o incluso a unos centímetros de la superficie de la tierra encontramos la roca madre, lo que hace que la agricultura sea una ardua tarea con resultados escasos. Esta roca es caliza, por lo que el relieve de la zona cuenta con numerosos peñascos y cañones creando grandes depresiones entre ellos y grandes complicaciones a la hora de crear terrazas para la plantación y caminos adecuados para vehículos, además que debido a la altura de estas grandes paredes de piedra estas zonas cuentan con pocas horas de sol al día, luz fundamental para la fotosíntesis y un buen crecimiento de los vegetales. Además, este tipo de roca hace que el agua cale dentro de ella formando en la zona numerosas simas.

Respecto a la ganadería, contaban con animales pequeños como la oveja, la cabra y el cerdo, y para desplazarse la mula. La gente comenzaba a emigrar a las ciudades por temporadas y era complicado mantener a estos animales, por lo que los vendían a pastores de pueblos con mejor comunicación o con grandes llanuras sobre los cañones donde pudiesen pastar, como lo son Zaorejas y Molina de Aragón.

Otro factor importante que destacar es el último mencionado anteriormente. Si tomamos como ejemplo pueblos como Huertahernando, Huertapelayo, Armallones, Villar de Cobeta o Corduente encontramos que para acceder a ellos es necesario atravesar dificultosas carreteras secundarias, por lo que quedan escondidos y sólo sus antiguos habitantes y descendientes conocen su presencia sin necesidad de indagar para realizar un viaje turístico. En cambio, si ejemplificamos con Zaorejas podemos explicar que la carretera hasta este municipio no se bifurca y se conserva en buen estado, y ejemplificando con Molina de Aragón, podemos observar que es una zona de paso importante entre la Meseta Central - Madrid y Guadalajara - con el Sistema Central y el Valle del Ebro - Teruel, Zaragoza - con Cuenca y Valencia. Esta excelente posición en las vías originales de transporte - pues la ruta fue modificada por la construcción de la autopista A-2 en años posteriores - obligaba a parar en un pueblo que además tiene riqueza histórica en referencia a la nobleza y recoge todos los afluentes culturales que se vierten desde la parte oriental de la provincia de Guadalajara y la zona occidental de Teruel, pues cuenta incluso con un gran alcázar. Todo esto la convierte en capital de la comarca que se está estudiando.

La gente de estos pueblos emigró hacia Estados Unidos, Francia, Bélgica y Alemania fuera de la península Ibérica y a Madrid, Guadalajara, Zaragoza, Bilbao y Barcelona refiriéndonos dentro de las fronteras de España, pero ya de por sí, antes del éxodo rural que se dio en el país a mediados del siglo XX, la gente de estos pueblos ya viajaba a Estados Unidos y a Río Muni - Guinea Ecuatorial - en busca de trabajo, lo que resultaba un preámbulo a lo que sucedería en décadas posteriores.


LAS BERNARDINAS

Durante estas décadas en las que Pelayo quedó casi en su totalidad abandonado, sólo quedaron tres habitantes que se negaron a irse de allí: estas fueron las Bernardinas. Se llamaban así por su madre, Bernardina Salmerón, y eran tres hermanas llamadas Catalina, Marcelina y Encarnación. 

Estas tres hermanas vivieron una anécdota que aún hoy es recordada. Unos forajidos llegaron a las cercanías del pueblo y dejaron sus caballos sobre el Picayo para no levantar alerta alguna. Éstos vieron a las Bernardinas y ellas a ellos, por lo que corrieron a esconderse a su casa siendo perseguidas. Atrancaron la puerta con un madero y los bandidos comenzaron a golpearla, pero viendo que no pudieron tumbarla, finalmente decidieron marcharse.


LA MUERTE DE LA ABUELA ENGRACIA

El éxodo rural llegó a su fin con la muerte de la abuela Engracia. Ésta había sido la mujer del alcalde previo a la emigración a las ciudades, el que se encargó de la rehabilitación de la parroquia y de mantener la paz en el pueblo durante la Guerra Civil.

En Huertapelayo, un entierro después de más de veinte años.
"El pasado sábado de Gloria, tuvo lugar un enterramiento en este pueblo, después de más de veinte años que no se había celebrado ninguno: se trata de doña Engracia Embid Herraiz, que falleció a los 89 años de edad, el día de Viernes Santo, en Ribatejada, donde residía con una hija temporalmente, puesto que vivía habitualmente en Alcalá de Henares y Madrid, donde residen sus hijos. Por voluntad de la extinta, fue llevada a enterrar a su pueblo natal, donde por darse la circunstancia de las vacaciones de Semana Santa, había más de trescientas personas y las que acudieron de los pueblos limítrofes de Armallones, Zaorejas, Villanueva de Alcorón y Huertahernando y personas forasteras que habían ido a pasar el "puente": tal fue la afluencia de público en estos días al pueblo, que pudieron contarse hasta catorce tiendas de campaña en las eras, de jóvenes que habían llegado de Madrid e incluso de Teruel, y más de cien coches aparcados en las calles y en las eras."
Nueva Alcarria, Salvador Embid Villaverde, 17 de abril de 1982.


LA TIERRA PROMETIDA

Años anteriores de la década de 1980 la gente había ido regresando al pueblo, pocos a residir y los más a pasar períodos vacacionales. Símbolo de la inminente resurrección del pueblo fue el entierro de la abuela Engracia, que reunió a tantos, y la construcción de los puentes para los carriles y del Portillo, una oquedad que permitía el paso de los automóviles a través de un gran peñasco, dándole un encanto todavía más poderoso a Pelayo.

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El Portillo

Lamentablemente, el 4 de agosto de 1990, un helicóptero de Lucha Contra Incendios tuvo un fallo en el motor y chocó con la Piedra de la Calera y posteriormente cayendo al fondo del cañón al chocar una segunda vez contra la Piedra del Gallinero, dejando un fallecido y siete heridos graves. Los pelayos tuvieron un comportamiento ejemplar y fueron a ayudar en masa a los accidentados. Gracias a su intervención pudieron salvar la vida de casi todos. 

Durante los años posteriores se restauraron algunas fiestas y tradiciones, ya como pedanía de Zaorejas y se formó la Asociación de Hijos y Simpatizantes de Huertapelayo presidida por el largo mandato de Bienvenido Villaverde Embid. El renacer de Pelayo fue lento, llegando el alumbrado público en la década de 1990, entrando a formar parte del Parque Natural del Alto Tajo en el año 2000, e instalándose la televisión en el año 2007.

También en 2007 el pueblo acogió la grabación de parte de la película "Una palabra tuya", dirigida y escrita por la expresidenta de la Academia de Cine y exministra de Cultura de España, Ángeles González-Sinde. Ésta fue protagonizada por dos actrices de fama nacional: Malena Alterio (célebre por su papel en "Aquí no hay quien viva") y Esperanza Pedreño (conocida por su rol en "Camera Café"). Además, varios pelayos formaron parte de ella, como Basilisa Villaverde.

En el año 2011, Francisco Javier Estrada Martínez publicó su primera novela juvenil titulada "Ángel de la Muerte". 

En el año 2015 el pueblo pudo disfrutar del servicio de Internet mediante una red de Wi-Fi, además de revivir muchas leyendas de mano de Marta Embid Ruiz, quien publicó su libro "Historias y Leyendas de Huertapelayo". Además, el nombre del pueblo y su cultura comenzó a ser sonado en la provincia gracias a la labor del periodista autóctono Salvador Embid Villaverde, trabajador del diario Nueva Alcarria. Mucha de la historia de esta pedanía ha sido recogida por los autóctonos, la mayoría perdida en los recuerdos del colectivo pelayo. 

Con esta web (creada por un servidor, Juan José Estrada Martínez, a finales de 2017) he intentado despertar toda esa memoria dormida, sin duda rica, llena de anécdotas e importancia en todas las partes de la Historia. Éste comenzó siendo un proyecto de un trabajo de fin de grado para una formación en Turismo, pero finalmente trascendió a convertirse en una gran enciclopedia de Huertapelayo. 

El año 2018, sin duda, fue un año de cambios. Bienvenido Villaverde pasó a convertirse en alcalde pedáneo y concejal de Huertapelayo en el Ayuntamiento de Zaorejas, siendo ahora el Presidente electo de la Asociación, Enrique Embid. También llegó la cobertura móvil, aunque con algunas carencias para clientes de algunas compañías telefónicas, por lo que algunos ya no necesitaban depender de la señal Wi-Fi local.

En 2019 se construyo un pequeño carril en la ladera de la Piedra de la Ila para poder instalar y acceder a nuevas torres de electricidad. Se destaca también la publicación del libro de Salvador Herraiz Embid titulado "Huertapelayo: Entre el cielo y las piedras", donde se narra la biografía de su padre y breves menciones a pelayos y acontecimientos de la villa a partir del siglo XX. El pregón de ese año lo dio Avatâra Ayuso Vigario, una pelaya con gran reconocimiento internacional en el mundo de la danza, siendo directora creativa y coreógrafa de AVA Dance Company, afincada en Londres. A principios de otoño de este año, los pelayos recibieron la visita de Julita Salmerón, una descendiente de pelayos, los cuales fundaron la marca de agua embotellada Solán de Cabras, indicando que había participado en un documental dirigido, escrito y producido por su hijo, Gustavo García Salmerón, llamado "Muchos hijos, un mono y un castillo", el cual fue galardonado con un Goya como mejor película documental del 2018, entre otros reconocimientos. 

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